El rey Luis II de Baviera fue un gran romántico. Su vida y su legado se recuerdan todavía como símbolo de una época y un país, Alemania, que despertaba como gran potencia en la política y la cultura europea.
Luis nació en el año 1845, en el por entonces independiente reino alemán de Baviera. De muy pequeño ya dio muestras de un temperamento inestable, protagonizando una monumental pelea con su hermano menor, al cual estuvo a punto de estrangular.
Gran admirador de la música y de las artes en general, muy joven descubrió la ópera, de la que siempre fue un gran admirador, así como de los compositores, en especial de uno en concreto: Richard Wagner.

Su actividad política fue más importante de lo que en general se cree. Profundamente antibelicista, no tuvo más remedio que enfrentar a Baviera contra Prusia, los dos reinos germanos más importantes. A pesar de su derrota, el pueblo le adoraba. En él veía representado al príncipe romántico: sensible, preocupado por sus súbditos, justo y amante de las artes.
Sin embargo, paradójicamente, por lo que más recuerda a Luis, es por su comportamiento extravagante, algo alucinado y visionario, que le ocasionó muchos problemas entre sus colaboradores, que deseaban apartarlo del poder. Mientras tanto, él empleaba toda su fortuna personal en ayudar a Wagner y en construir sus sueños en piedra: su mayor legado.
Gracias a él se construyeron en las cercanías del río Rhin, varios castillo de ensueño, iconos mundiales de la mejor imagen de Alemania. El más famoso de ellos, el castillo de Neuschwanstein es el monumento más visitado del país.
