domingo, 11 de marzo de 2018

Napoleón y la Piramide de Keops

Lo que Napoleón Bonaparte 
vio dentro de la Gran Pirámide de Egipto 
y le dejó aterrorizado




"El Gran Corso quiso pasar una noche en la famosa estructura emulando a Alejandro Magno y a Julio César."



Por CÉSAR CERVERA

La pirámide de Keops, que es la única construcción que perdura de las siete maravillas del mundo antiguo, sigue revelando nuevos secretos en sus imponentes 146 metros de altura. Un escaneado de la construcción indicó hace unas semanas la localización una nueva cámara secreta. Un análisis científico que confirma lo que Napoleón Bonaparte intuyó en su propia piel tras pasar siete horas en el tétrico monumento: el misterio impregna cada uno de sus rincones.

Con el objetivo de liberar Egipto de las manos turcas, el prometedor general Bonaparte, victorioso en Italia, desembarcó en el país del Nilo durante el verano de 1798 con más de treinta mil soldados franceses poniéndose por objetivo avanzar en dirección a Siria. No en vano, el joven Napoleón perseguía algo más que objetivos militares y llevó consigo a un grupo de investigadores de distintas disciplinas (matemáticos, físicos, químicos, biólogos, ingenieros, arqueólogos, geógrafos, historiadores...), más de un centenar, para que estudiaran al detalle aquel país de las pirámides maravillosas y los dioses milenarios. Entre ellos figuraban los matemáticos Gaspard Monge, fundador de la Escuela Politécnica; el físico Étienne-Louis Malus; y el químico Claude Louis Berthollet, inventor de la lejía. Es decir, algunos de los científicos más brillantes de su generación acudieron a la llamada del general, de 28 años, sin conocer siquiera el destino del viaje hasta que navegaron más allá de Malta: «No puedo decirles adónde vamos, pero sí que es un lugar para conquistar gloria y saber».

Europa redescubre Egipto

Fue en aquella expedición, entre lo militar y lo científico, cuando Europa redescubrió las maravillas del antiguo Egipto y encontró la llave para entenderlas. Mientras un soldado cavaba una trinchera en torno a la fortaleza medieval de Rachid (un enclave portuario egipcio en el mar Mediterráneo), halló por casualidad la conocida como la piedra Rosetta, la cual sirvió para descifrar al fin los ininteligibles jeroglíficos egipcios. Se trataba de una sentencia del rey Ptolomeo, fechada en 196 a. C, escrita en tres versiones: jeroglífico, demótico y griego. A partir del texto griego fue posible encontrar las equivalencias en los jeroglíficos y establecer un código para leer los textos antiguos.

No obstante, el viaje también sirvió a Napoleón a modo de búsqueda espiritual en una tierra que había perturbado la imaginación de grandes personajes de la historia. Como muchos de sus contemporáneos, el Gran Corso se sentía atraído por el exotismo oriental y había leído una obra muy popular por entonces, «El Viaje a Egipto y Siria de Constantin Volney», publicada en 1794 sobre los misterios de las civilizaciones de la zona.

En medio de las operaciones militares, Napoleón se dirigió a Tierra Santa con el propósito de confrontarse con el ejército turco y, de paso, a descansar por una noche en Nazaret. Y así lo hizo el 14 de abril de 1799, sin que hayan trascendido más detalles de esta particular parada turística. Ese mismo año, en agosto, Napoleón regresó a El Cairo haciendo noche supuestamente en el interior de la Pirámide de Keops. Su séquito habitual y un religioso musulmán le acompañaron hasta la Cámara del Rey, la habitación noble, que en aquella época era de difícil acceso, con pasadizos que no llegaban al metro y medio, y sin ningún tipo de iluminación más allá de las insuficientes antorchas.

«Aunque os lo contara no me ibais a creer»

Concretamente, la Cámara del Rey es una sala rectangular de unos 10 metros de largo y 5 metros de ancho conformado por losas de granito, paredes y techo lisos, sin decoración, y únicamente contiene un sarcófago vacío de granito, sin inscripciones, depositado allí durante la construcción de la pirámide, puesto que es más ancho que los pasadizos. El general corso pasó siete horas rodeado solo de murciélagos, ratas y escorpiones en la pirámide. Justo al amanecer, brotó de la laberíntica estructura, pálido y asustado. A las preguntas de inquietud de sus hombres de confianza sobre lo qué había ocurrido allí dentro, Napoleón respondió con un enigmático: «Aunque os lo contara no me ibais a creer».


De la pirámide, a la conquista política de París

Resulta imposible saber qué es lo que vio o sintió exactamente Napoleón en esas siete horas, o incluso si el episodio llegó a tener lugar, aunque parece probable que en todo caso el corso creyera sufrir alguna clase de experiencia mística inducida por la soledad, la oscuridad, las temperaturas extremas y los ruidos distorsionados por el eco. Lo que está claro es que –como han dado cuenta distintas obras de ficción, véase la novela de «El Ocho» (1988) de Katherine Neville o más recientemente Javier Sierra en «El Secreto Egipcio de Napoleón» (2002)– la noche de Napoleón dentro de la Gran Pirámide pareció cambiar su carácter para siempre. Pese a regresar derrotado militarmente a Francia, el corso despegó políticamente en los siguientes meses. En noviembre de ese año organizó el golpe de Estado del 18 de brumario que acabó con el Directorio, última forma de gobierno de la Revolución francesa, e inició el Consulado con Napoleón Bonaparte como líder.


Lo que si tiene una respuesta más accesible es por qué razón quiso pernoctar en el monumento. Según explica el periodista Peter Tompkins en su clásico «Secretos de la Gran Pirámide», «Bonaparte quiso quedarse solo en la Cámara del Rey, como hiciera Alejandro Magno, según se decía, antes que él». Obsesionado durante toda su carrera con otros personajes históricos claves, Napoleón trató de emular las huellas del conquistador Alejandro Magno y del general romano Julio César, que supuestamente habían pasado también una noche en la cámara buscándose así mismos. El conquistador griego, del que se cuenta una infinidad de leyendas de su contacto con otros mitos de la Antigüedad, fundó Alejandría en el año 331 a.C. y consultó el oráculo egipcio, donde recibió al parecer su confirmación como hijo de Zeus-Amón y como conquistador del mundo. Ese mismo año, en Menfis, Alejandro Magno recibió las insignias y títulos de los faraones y realizó sacrificios a las divinidades egipcias.

La Tumba del General San Martín

Porqué la custodian 7 Granaderos?

En 1826 regresaban a Buenos Aires, los últimos 76 granaderos de la cruzada independentista. No los recibieron con loas ni nada. NADA!



Volvían andrajosos, enfermos, tras 10 años de no ver a su familia ni su terruño, Los distribuyeron en diferentes reparticiones del ejército; así nomas, como si fueran comunes soldados.




Rivadavia, días después de la llegada de éstos, decide DISOLVER el cuerpo de granaderos.




54 años mas tarde, el 28 de mayo de 1880, llega al puerto de Bs As el vapor Villarino. Traía los restos del general San Martín a su morada final. Por ese entonces, tantas décadas después, solo quedaban SIETE GRANADEROS vivos. Y sin ponerse de acuerdo, se visten con sus andrajosos uniformes, guardados con cariño y respeto, Marcharon a caballo a recibir a San Martin. Lo acompañaron hasta su tumba y se quedaron, en guardia, toda la noche.




Don José había vuelto a la Patria.Todos los vieron, todos supieron que eran de ESOS granaderos.

Al alba, dejaron su guardia y no los volvieron a ver. Jamas supieron los nombres, jamas se los preguntaron.




Años después, Roca, firma el decreto que crea al regimiento de Granaderos, con base al mejor en caballería. Usando de parada, el uniforme diseñado por San Martín. Pero fue Figueroa Alcorta quien los nombra a los granaderos, como escolta presidencial, y desde entonces, todas las mañanas, marchan SIETE granaderos, desde casa rosada hasta la catedral Siete Granaderos, turnándose al cabo del día, en la guardia, para custodias a don José.

Por eso son siete, y no un numero mayor o par.

Por los siete anónimos que lo escoltaron y cuidaron su primer noche. 

Siete granaderos, turnándose al cabo del día, en la guardia, para custodias a don José.

Por eso son siete, y no un numero mayor o par.

Por los siete anónimos que lo escoltaron y cuidaron su primer noche.


Del Facebook de 
Carlos Anibal Amestoy