Almirante Guillermo Brown
"Su captura y rescate masónico en Guayaquil"
Por J. R. Levi-Castillo1.
Esta es la historia de un francmasón inglés2, el Almirante Brown. Cuyo nombre es poco conocido en Inglaterra, pero tan considerado en Sudamérica como lo es el Almirante Nelson en otras partes.
En los últimos meses de 1815, el gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata, asentado en Buenos Aires de la hoy día República Argentina, decidió instigar la rebelión de las colonias de España localizadas a lo largo de la costa del Pacífico. Con este propósito comisionaron al almirante Brown, que estaba al servicio del gobierno argentino, para navegar tan al norte como fuera posible, a lo largo de las costas de Chile, Perú y Ecuador, efectuando acciones hostiles contra las autoridades españolas donde fuera posible.
El 15 de Octubre de 1815, con su gallardete izado en la "Hércules", un bergantín de veinte cañones que había sido comandado por su hermano Michael, zarpó de Buenos Aires. Lo acompañaban el bergantín de dieciséis cañones "Trinidad" bajo el mando de su cuñado Walter Chitty, el bergantín armado "Halcón", del coronel Hipólito Bouchard – segundo comandante de la expedición – y el queche "Uribe".
Entre los camarotes de oficiales ubicados en la popa del "Hércules", había un cuarto que podía estar debidamente cubierto y en el cual tenían lugar las ceremonias masónicas durante el viaje. El Libro de la Ley Sagrada era abierto sobre una mesa que hacía las veces de sitial del Venerable Maestro para el almirante Brown y la Logia era trazada con tiza, de antemano, por el Guardatemplo externo, y luego lavada con estropajo y balde por el mismo oficial, como era de costumbre a bordo de los buques en aquellos días.
Desafortunadamente, durante el pasaje del Estrecho de Magallanes, se levantó una terrible tormenta que ocasionó no sólo la perdida del "Uribe", sino también que otros navíos sufrieran daños importantes y debieron refugiarse en la isla de Mocha para las reparaciones. Al completarse éstas, los tres buque restantes se dirigieron hacia el puerto del Callao, que no solamente era el puerto más importante de la costa peruana, sino también en razón de su situación, un escudo defensivo para la capital, Lima.
La pequeña flota bloqueó el puerto durante tres semanas, pero sus intentos para capturarlo se vieron frustrados por las poderosas fortificaciones, de manera tal que, luego de un Consejo de Guerra, el almirante Brown decidió levantar el sitio y continuar la navegación hacia el norte. Durante las semanas siguientes, capturó una cantidad de naves españolas que retuvo como botín de guerra, las que fueron tripuladas con dotación argentina. Estas naves estaban sobrecargadas por numerosos prisioneros, para los cuales no tenían provisiones para la alimentación y cuidados. Como no podían, obviamente matarlos, se los fué desembarcando en varios puntos con agua alimentos para las necesidades inmediatas, una decisión que tuvo un considerable valor de propaganda para Brown al difundirse el hecho de que los corsarios ingleses se encontraban en las vecindades y aterrorizaban las ciudades costeras.
Hubieron desventajas, sin embargo, como las que concernieron a los habitantes de Guayaquil, los que habiendo sido previamente atacados por los piratas holandeses de Jacob l’Hermite arrasaron la ciudad. Así fué que en vez de dar la bienvenida a la expedición argentina como libertadora, los recibieron como piratas y enemigos como se verá oportunamente.
El almirante Brown continuó su viaje hacia el norte, siguiendo las rutas conocidas de los galeones españoles y hacia el 28 de Enero de 1816 fueron avistadas dos fragatas españolas. Sus comandantes, obviamente no enterados de la presencia de la flotilla armada argentina, fueron tomados completamente por sorpresa. Luego de una corta acción, fueron capturados dos buques, el "Consecuencia" y el "Candelaria", pero sólo después de haber resistido y haber sido tomados sus pasajeros y tripulantes como prisioneros. El botín estuvo constituido por las naves que habían dejado Cádiz el 11 de Octubre de 1815, cargadas con alimentos, vino, mercancías y correo para el virrey español del Perú. Se encontraron a bordo algunos pasajeros de considerable importancia, incluyendo al brigadier don Juan Manuel de Mendiburu, el nuevo gobernador de Guayaquil quien, en su condición de gobernador electo, se hallaba de viaje a Lima para presentar sus credenciales y firmar el acta de aceptación antes de hacerse cargo oficialmente de sus obligaciones. Fue verdaderamente una fortuna que se encontrara entre los pasajeros, ya que fue el responsable de salvar la vida del almirante Brown, como se explicará más adelante.
Entre los pasajeros había otros de importancia que podían cambiarse por rescate. Fueron tratados con toda la consideración debida a su rango y posición social por el almirante Brown y sus oficiales, en el estilo de los caballeros ingleses y no en el de los piratas, invalidando, por lo tanto, las historias que se habían esparcido sobre ellos. Más tarde se los desembarcó en una tregua luego del ataque a la ciudad de Guayaquil.
Hacia el Puerto de Guayaquil
La pequeña flotilla prosiguió hacia el norte y al llegar al golfo de Guayaquil en la vecindad de Cabo Blanco capturó el bergantín "Místico", la goleta "Sacramento" y muchos pequeños navíos afectados al comercio costero. A esta altura, la cantidad de prisioneros había alcanzado otra vez un punto de riesgo y por lo tanto se los desembarcó en la isla Deadman con suficiente alimento y agua para sustentarlos hasta que fueran rescatados.
Esto no se prolongaría demasiado debido a la excelencia de la pesca en aquellas aguas, donde se encontraban muchos barcos pesqueros y de intercambio por la vecindad.
El almirante Brown no estaba familiarizado con esas aguas, de modo que cuando capturó una pequeña goleta procedente de Paita, obligó al piloto a guiar su flotilla hasta la isla de Puna para encontrar fondeadero seguro. La tripulación fue enviada a tierra para reabastecer las existencias casi exhaustas de alimentos y el mismo almirante Brown desembarcó con una treintena de tripulantes armados, para buscar pilotos experimentados que pudieran conducir sus barcos con seguridad en el puerto de Guayaquil.
Después de ganar confianza, los tres navíos subieron el río con la pleamar, dirigiéndose hacia el puerto, cuya guarnición no había aún advertido su presencia. Repentinamente el almirante Brown que encabezaba la línea en el bergantín "Trinidad" avistó a una pequeña pero veloz goleta "Nuestra Señora del Carmen", cuyo capitán era un americano de ascendencia francesa, José María Villamil. Este probó posteriormente ser un francmasón de Nueva Orleans, quien en 1810, a la edad de veintiún años, había sido iniciado en la Logia Caballeros Racionales Nº 7 de Cádiz, mientras vivía temporariamente en España. Villamil transportaba una carga de cacao y otras mercaderías de Guayaquil a Panamá, pero, a la vista de los barcos argentinos, viró inmediatamente y navegó a toda vela a Guayaquil para dar la alarma.
El almirante Brown lo persiguió en un intento para capturar la goleta, pero no le fué posible. Villamil disponía de una nave más veloz y además le eran familiares las maniobras en el río embancado, así que desapareció rapidamente de la vista entre la navegación y los bancos de arena. Se encaminó a Guayaquil a toda velocidad, advirtiendo del trayecto a las poblaciones del trayecto sobre la aproximación de los "piratas", para llegar algunas horas delante de los pesados barcos argentinos que habían sido demorados por la marea menguante. Villamil dió aviso inmediato del acercamiento de los "piratas" a su amigo el gobernador, quien puso a la guarnición de Punta de Piedra en alerta. La guarnición estaba compuesta por milicianos entrenados y disponía de catorce excelentes cañones de doce, dieciocho y veinticuatro pulgadas, de manera que se prepararon para la batalla con total confianza. A las 4.30 p.m. del 9 de Febrero de 1816, arribaron las naves argentinas y comenzó el bombardeo del fuerte. La resistencia fue feroz, pero en tanto se desembarcó un contingente que cargó a la bayoneta y abrumó a la pequeña guarnición después de un corto combate, de la cual sólo nueve hombres escaparon a la selva. El primero en alcanzar el fuerte fue el cabo argentino Juan Lafaye del Regimiento de Patricios, quien arrió la bandera española y posteriormente la llevó como trofeo de guerra a Buenos Aires, donde puede verse en el museo del Regimiento.
A las 5.30 p.m., luego de sólo una hora de hostilidades, la lucha había terminado y el fuerte destruido, toda la pólvora y municiones transferidas a los barcos argentinos, sin que restara nada más que las ruinas humeantes del fuerte Punta de Piedra. No obstante, se había perdido un tiempo valioso para sitiar Guayaquil, tiempo precioso para los defensores de la ciudad. De haber habido mejores comunicaciones en aquella época, los habitantes habrían podido saber que en vez de tratarse de piratas, el almirante Brown y sus hombres estaban animados del propósito de liberarlos de sus conquistadores españoles y por lo tanto ponerse de su lado y ayudarlos a la toma de la ciudad en vez de resistir.
La defensa de la ciudad
Sin embargo, el almirante Brown no estaba en condiciones de retener la ciudad indefinidamente, de manera que, como sucedió, no existían dudas de que podría ser retomada posteriormente.
Así fue que el gobernador español, brigadier don Juan Vasco y Pascual llamó a un Consejo de Guerra, que incluía al obispo, jefes militares, el Consejo de la Ciudad y otros prominentes ciudadanos, y los persuadió de que debían atacar a los piratas que amenazaban saquear la ciudad. Las campanas de las iglesias llamaron a los ciudadanos de Guayaquil a las armas para la defensa de la ciudad y ellos respondieron desde las cuatro esquinas, concurriendo con sus fusiles, pistolas, mosquetes, espadas, lanzas, picas y otras armas. Se formó un batallón de milicianos formado por 1.800 ciudadanos, pobremente armados pero con la determinación de combatir en defensa de sus hogares.
El gobernador acompañado por el coronel Jacinto Bajarano, francmasón, el teniente coronel José Carbó y varios prominentes ciudadanos se acercaron a la milicia reunida y les dijeron estas palabras: "Ciudadanos de Guayaquil, otra vez enfrentamos a los peligrosos pirata ingleses que vienen a saquear, incendiar y destruir su ciudad. Acudan ahora a las armas y peleen por su rey y por su ciudad". Los hombres gritaron "¡Viva el rey...Viva Guayaquil... Muerte a los piratas ingleses!", y durante el resto de la noche se prepararon para la defensa de la ciudad.
La únicas fuerzas regulares de la guarnición fueron cuarenta soldados del Regimiento Real de Lima, al mando de José Matías Tirapategui, en tanto la milicia fue puesta a las órdenes del coronel Jacinto Bajarano y del teniente coronel José Carbó y Unsueta. Los miembros prominentes de las familias españolas de la ciudad formaron un batallón especial, con una fuerza de 120, los que años después serían destacados soldados, políticos y aún presidentes del Ecuador, pero que en aquel tiempo eran meramente hombres ansiosos de pelear por la ciudad.
Había también algunos ex oficiales navales españoles que colocaron dos viejos cañones a orillas del río, para ofrecer por lo menos un signo de resistencia con la pequeña cantidad de pólvora y municiones disponibles. Había, además, un pequeño fuerte, San Carlos, al sur de la ciudad y, aproximadamente a una milla, una batería conocida como Las Cruces, pero equipada solamente con unos pequeños cañones obsoletos y pólvora y municiones para nada más que un breve combate. Fuera de esto, había solamente unos pocos balandros armados sin capacidad para enfrentar a los buques argentinos fuertemente armados.
Al amanecer del 10 de Febrero de 1816 se habían completado todos los preparativos, pero la ciudad podía haber sido saqueada si no hubiera sido por un desafortunado contratiempo. El primer barco en aparecer fue el bergantín "Trinidad", a toda vela, que enarbolaba la bandera argentina de dos franjas celestes y una blanca con un sol dorado en el centro. Esta fue desconocida por los ciudadanos, quienes la tomaron por una bandera pirata. La "Trinidad" fue avistada primeramente desde la batería de Las Cruces, que se encontraba al mando de un ex oficial naval español, don Juan Barno de Forruzola, que abrió fuego con sus cañones a las 10.30 de la mañana hasta agotar rápidamente las municiones.
Los milicianos de la batería se encontraban preparados para la defensa, pero fue desembarcado un contingente argentino que, luego de un breve cambio de fuego y una carga a la bayoneta, puso a los españoles en desbandada y el fuerte fue destruido.
El contingente argentino retorno a la "Trinidad" y el almirante Brown hizo preparativos para atacar el fuerte San Carlos. Para dirigir el fuego de cañón sobre el fuerte, ordenó al piloto llevar el barco hasta las proximidades de la costa, pero el piloto, que estaba bien familiarizado con el río, le advirtió que con la marea baja se corría el peligro de varar el barco. El almirante Brown puso su pistola en la cabeza del piloto y le dijo que hiciera lo que le había ordenado si apreciaba su vida. La "Trinidad" con todos los cañones haciendo fuego, se aproximó al fuerte, pero una repentina racha de viento impulsó a la nave hacia un fondo cenagoso donde quedó firmemente encallada. La "Trinidad" quedó inmovilizada e incapaz de intentar cualquier defensa. Al ver esto, la milicia de Guayaquil entró al agua armada con cuchillos y espadas, nadó hasta el barco varado y treparon por todos lados hasta la cubierta superior. Los argentinos se defendieron bravamente, pero la superioridad del número de la milicia local prevaleció y la tripulación de la "Trinidad".
Un masón en desgracia
Viendo la matanza y sabiendo que cualquier resistencia era inútil. El almirante Brown arrió su bandera como señal de rendición, pero esto no fue comprendido por la milicia que continuó con el ataque. El almirante, desnudo pero cubierto con la bandera argentina, saltó al río en un intento de escape, pero como la tripulación restante no lo siguió, Brown retornó para pelear o morir en su puesto.
En ese momento el lider de la milicia, don Manuel Jado, llevó la carnicería a su fin gritando "¡Hombres, detengan la matanza! ¡No echen a perder la victoria! ¡Piedad a los vencidos!..." La matanza cesó y de los ochenta miembros de la tripulación, menos de la mitad quedaron con vida. la mayoría de los sobrevivientes quedaron seriamente heridos y fueron conducidos al hospital, pero el almirante Brown fue llevado a la oficina del gobernador, donde se lo trató con gran cortesía y se lo proveyó de ropas. Como Brown no hablaba mucho castellano y el gobernador no conocía el inglés, el capitán americano de Luisiana, José María Villamil, concurrió para actuar como interprete.
Cuando llegó Villamil el almirante Brown, pensando que se trataba de un inglés, hizo un signo que fue reconocido debidamente por Villamil, después de lo cual el almirante expresó: "Espero, hermano, que mi vida no esté en peligro ya que supongo que eres un ciudadano británico y deseas prestarme auxilio en este país". El hermano Villamil respondió. "Yo no soy un súbdito británico, hermano Brown, sino un ciudadano de los Estados Unidos de América y siempre listo, deseoso y capaz de auxiliar a un hermano en desgracia. Tu vida no está en peligro, gracias a la influencia que tengo en este país. Puedes estar seguro, hermano, que haré todo lo posible para ponerte en libertad de alguna manera". Esa no era la primera vez que el hermano Villamil había respondido a un llamado masónico de desgracia. Unos seis años antes había sido capaz de proveer documentación fraguada de identidad a una cantidad de oficiales napoleónicos, que eran masones, para que escaparan de las manos de los españoles.
Más tarde, el almirante le contó al capitán Villamil la naturaleza de la expedición, que él representaba a las Provincias Unidas del Río de la Plata y que tenía cautivo en el bergantín "Hércules" a algunos importantes prisioneros españoles incluyendo al nuevo gobernador de Guayaquil, el brigadier don Juan Manuel de Mendiburu. Villamil informó de eso al gobernador que, a menos que fuera liberado el almirante Brown, los argentinos podrían probablemente matar a los prisioneros españoles, incluyendo al nuevo gobernador. Se convino, por lo tanto, que el almirante Brown escribiera a su hermano y a su cuñado, como comandantes de las otras naves argentinas, lo que hizo como sigue:
Queridos Walter y Michael:
Estoy prisionero pero ileso. El gobernador es muy bondadoso y civilizado caballero y un buen soldado. Ustedes no atacarán sin antes esperar mi orden. He propuesto que se envíen a tierra todos los prisioneros a cambio de mi liberación y la de mis tripulantes, pero desconfío de poder obtener esa merced. Les he dicho que quedarían un par de días y que luego retornarían a Buenos Aires con los prisioneros, abandonándome a mi infortunio, pero cuidando a mi pobre Elisa e hijitos. Mándenme por favor una docena de camisas limpias, chalecos, pantalones, tiradores, sacos, botas y mi mejor casaca con mi navaja y jabón de afeitar. Tengo necesidad de mis mejores botas y dos pares de zapatos buenos, así como mi mejor sombrero negro naval. He perdido mi reloj y otras cosas. Dios los bendiga y los guarde. Que cuiden de mi familia y tengan una buena zarpada son los deseos sinceros de vuestro afectuoso hermano.
William Brown
P.S. Envíenme por favor algo de dinero y me lo cargan.
En conocimiento de los eminentes españoles que habían sido tomados prisioneros, el Procurador de la ciudad decidió hacerse responsable de la carta, entregarla a los dos comandantes y esperar la respuesta. De regreso, llamó a reunión a los ciudadanos prominentes en la sala capitular del ayuntamiento, a la que concurrieron el comandante de la plaza y su segundo, don Manuel de Ávila, y don Vicente Martín, y también don José Ignacio de Garrichategui, don Gabriel García Gómez, y muchos otros que pudieron eximirse de las barricadas. El gobernador leyó a los presentes la respuesta del comandante Michael Brown, que fue la siguiente:
Bergantín Hércules – Punta de Piedra, 11 de Febrero de 1816.
Por la recepción de una carta de mi hermano, el coronel comandante Brown, me he informado que es prisionero de Su Excelencia. Por mi parte, tengo a bordo de este barco un número considerable de prominentes caballeros, quienes son ahora mis prisioneros, y de los cuales algunos de alto rango y distinción, como puede verse en el listado que envío adjunto. Le propongo un intercambio de prisioneros y hasta que tenga el honor de recibir respuesta de Su Excelencia, que espero será tan rápida como lo sea posible, cesarán todas las hostilidades. Tengo el honor de ser su más sumiso servidor.
Michael Brown
Después de la lectura de los nombres y jerarquías de los prisioneros mencionados en la respuesta, hubo algún apoyo para un intercambio de prisioneros, supeditado a alguna forma de garantía por los argentinos de cumplir con las consideraciones convenidas, partir inmediatamente y dejar a Guayaquil otra vez en paz. Sin embargo, hubo otros que se opusieron a cualquier compromiso con "delincuentes vulgares" y exigieron que el almirante Brown y demás prisioneros debían ser colgados como ejemplo de lo que ocurriría a cualquier futuro invasor de su territorio. El gobernador, por lo tanto, envió su respuesta en los siguientes términos:
Al Comandante de Hércules – Punta de Piedra.
Siguiendo lo que me expresa en su carta con respecto al intercambio de su hermano, el Coronel Comandante Brown, por los caballeros cuyos nombres me ha presentado, debo responderle que razones imperiosas me impiden aceptar sus condiciones. Dios guarde a Usted por muchos años.
Guayaquil, 11 de Febrero de 1816
Juan vasco y Pascual
Cuando el comandante de las milicias de Guayaquil supo de este mensaje, se mostró muy alarmado debido a que conocía que las existencias de pólvora y municiones estaban casi terminadas y que, si los navíos argentinos volvían a atacar, no existían esperanzas para la defensa de la ciudad. Más aún todas las casas de la ciudad estaban construidas con madera y techadas con hojas de palmera entrelazadas y tejas de madera, por lo cual quedaría rápidamente arrasada por los incendios. Pero la carta del gobernador debía alcanzar su destino. Los miembros del Concejo de la ciudad decidieron más tarde que el gobernador debía enviar una segunda carta, que decía:
Michael Brown – Punta Piedra
El Concejo de la ciudad y algunos prominentes ciudadanos de Guayaquil han decidido intercambiar prisioneros, pero con la condición de que la flota deje inmediatamente el Guayas y no vuelva, así como que todos los prisioneros serán liberados y entregadas las cajas que contienen correo real. Debo informarle que si Ud. decide aceptar la proposición, deberá llevar los barcos fuera del río, dejando a la zaga uno pequeño, desarmado, para conducir a los prisioneros, Dios guarde a Ud. por muchos años.
Guayaquil, a las de la tarde del 12 de Febrero de 1816
Juan Vasco y Pascual
Al comandante de bergantín Hércules
La respuesta a la primera carta, llegada desde la flota argentina decía:
Bergantín Hércules en el río – 12 de Febrero de 1816
He recibido la carta de Su Excelencia y no puedo aceptar su propuesta, nuestras futuras comunicaciones serán ahora frente a la ciudad.
Tengo el honor de ser, Su Excelencia, su humilde servidor.
Michael Brown
A Su Excelencia el Gobernador de Guayaquil
El ataque final
Con la marea alta, a las 9 de la mañana del 12 de Febrero de 1816, los dos bergantines argentinos, el "Halcón" y el "Hércules", se alistaron para la acción, se encendieron los fogones para calentar la munición incendiaria y los cañones en condición de hacer fuego. Comenzaron con andanadas de cohetes incendiarios sobre la ciudad. Muchas casas de madera se encontraron rápidamente en llamas y la ciudad quedó pronto a merced de los invasores; toda la pólvora y municiones habían sido usadas y sólo quedaban para la defensa espadas, picas y otras armas primitivas. Sin embargo con el virtualmente último tiro, Juan de Barno y Ferruzola hizo blanco sobre el timón del "Halcón", poniéndolo fuera de acción y en peligro de sufrir el mismo destino que la "Trinidad". La "Hércules" fue en su ayuda y lo retiró de la escena de la acción, pero esto significó solamente un corto respiro para la ciudad, ya que los argentinos volvieron al ataque después de reparar el timón dañado en la base cercana de Punta de Piedra.
Al día siguiente se aproximó un bote desde Punta de Piedra portando una bandera blanca de parlamento, que se encaminó hacia el fuerte Las Cruces y solicitó permiso para sostener una reunión en tierra. Al ser esto concedido, dos oficiales argentinos con uniforme naval descendieron del portalón y luego de intercambiar saludos con el comandante don Juan de Barno y Ferruzola a cargo de la batería, fueron llevados con los ojos vendados y con custodia armada al palacio del gobernador. Allí entregaron la siguiente carta:
He autorizado al Capitán Hipólito Bouchard del bergantín de guerra Hawk y al Dr. Charles Handford de la "Hércules" para discutir con su Excelencia o con las personas que Ud. designe, así como las condiciones acordadas entre ellos, las que serán escrupulosamente acatadas por los buques de la flota que comando.
Tengo el honor de ser el humilde servidor de su Excelencia.
Michael Brown
13 de Febrero de 1816
El gobernador les respondió que debían esperar mientras convocaba un Consejo de Guerra para obtener nuevos poderes que le permitirían negociar un acuerdo y así dar término a la trágica situación suscitada.
A las siete de la tarde, el Consejo de Guerra comenzó a redactar las condiciones de pacificación, que serían discutidas con los emisarios argentinos. Las condiciones del Consejo fueron: "Que los argentinos debían rendir todos los buques capturados, junto con sus tripulaciones y pasajeros, también sus propios barcos, incluyendo todo el armamento. A cambio el gobierno de Guayaquil les proveería una nave desarmada, entregaría todos los prisioneros que había tomado, junto con una suma de ochenta mil o aún cien mil pesos, para ser usados en cualquier propósito". Estas condiciones estaban desprovistas completamente de realidad y significaban que los ciudadanos de Guayaquil eran los vencedores. Los argentinos rechazaron llanamente esas condiciones por considerarlas humillantes. Luego, los ciudadanos de Guayaquil propusieron: "Que los argentinos deberían entregar todos los botines, mercancías, etc. capturadas y en cambio recibirían todos sus prisioneros y que deberían irse tan pronto como fuese posible y en cualquier caso dentro de los cuatro días de haberse firmado el tratado definitivo. Como alternativa, podrían devolver todos los buques, mercaderías, etc., que habían capturado y recibirían cincuenta mil pesos al contado".
Estos términos también fueron rechazados, pero luego de prolongadas discusiones, se llegó al siguiente convenio:
Que las fuerzas argentinas dejaran el río convenientemente, fondeando en Punta Arenas hasta que el convenio sea debidamente firmado, y que con la verificación del convenio recibirían los siguientes efectos:...
Por parte del gobierno de Guayaquil se entregará al jefe de las fuerza enemigas y a la tripulación del bergantín capturado, que comprende treinta y dos hombres o por lo menos todos aquellos capaces de dejar el hospital.
Por parte de los argentinos, se entregarán la fragata Candelaria, el barco Místico, y los dos bergantines con sus cargamentos completos, que habían sido tomados por las fuerzas mencionadas, y también las cajas de correo procedentes de España que fueron capturadas frente al Callao. Se entiende que los navíos serán devueltos con sus cargamentos.
Negociación e intermediarios
Las negociaciones llegaron a un fin antes que el convenio pudiera ser firmado, puesto que Bouchard y Handford indicaron que habían excedido sus instrucciones. Antes de la firma del convenio, las condiciones debían ser hechas a conocer a Michael Brown y ser aprobadas por él y los oficiales de su hermano, cuando se encontrase al comando de la flota. Más tarde se hicieron los preparativos para devolver a Bouchard y Handford a sus naves que estaban en Punta de Piedra.
Como el almirante Brown supo de esto, y sabedor de la naturaleza intransigente de su hermano, temió que no pudiera alcanzarse una acuerdo y que en vez de recuperarse su libertad, pudiera ser juzgado como un pirata por los españoles, sin oportunidad de un descargo, para ser colgado. En consecuencia pidió mandar buscar al capitán Villamil y le preguntó sobre la obtención de un permiso para enviar una carta a su hermano, la cual a pesar de estar escrita en inglés podría ser traducida al castellano y ser mostrada al gobernador como evidencia de buena fe y de su deseo de llegar a una paz honorable. Villamil convino en ser intermediario y traducción al castellano de la carta del almirante Brown todavía se conserva entre los documentos relacionados con el procedimiento contra el almirante en los archivos históricos de Guayaquil 3. He aquí la traducción:
Querido hermano, lamento mucho que accionaras contra la ciudad cuando te pedía que te retiraras. Por favor, conforma esto ofreciendo todos los prisioneros, equipajes y las cajas de correo de España, etc. Espero que no hagas caso omiso de mi súplica y te deseo toda la felicidad del mundo.
Tu afectuoso hermano. William Brown
13 de febrero de 1816
Los mensajeros que llevaron esta carta retornaron inmediatamente con una respuesta, mientras los negociadores argentinos se encontraban todavía en Guayaquil, Villamil, también tradujo esa respuesta al castellano para utilidad del gobernador y ambas versiones se encuentran aún en los archivos locales. El original rezaba:
Querido hermano. Hemos recibido tu súplica y puedo asegurarte que, si el viento no me hubiera faltado esta mañana, Guayaquil habría sido abrazada. El Capitán Jones está conmigo. Walter está a cargo de la Consecuencia. La goleta está adecuadamente equipada para prevenir cualquier acontecimiento nuevo y asegurar la retirada a Punta de Piedra. Tenemos conocimiento de las balandras que han bajado al rio. El Hawk está preparado. Bouchard y Handford han sido enviados a hablar con el gobernador y están debidamente autorizados para proponer las condiciones que tu nos has pedido y mucho más. Todo está bajo control. Las tripulaciones están sedientas de venganza. El clamor es "Pónganos al lado de nuestro cañón porque queremos nuestro Comodoro". Caeré yo mismo sobre la ciudad, si lo deseas, al regreso de nuestros negociadores.
Los principales prisioneros están aquí y te mandan saludos. Esperar verte a bordo del barco, es el deseo sincero de tu verdadero y afectuoso hermano.
Michael Brown
13 de febrero de 1816 – Al Sr. William Brown
La escena a bordo de los barcos argentinos era de gran actividad. Toda la flota se preparaba para la acción y las tripulaciones estaban listas, ansiosas de ir a la batalla otra vez para rescatar a su comandante. Ellos estaban impacientes, pero los oficiales mantenían un control firme y prevenían cualquier intento por parte de las tripulaciones para hacerse justicia por propias manos.
La última carta de Michael Brown había vuelto cualquier conflicto imposible y el doctor Handford volvió a la ciudad con los ojos vendados y bajo la bandera de tregua. Llevaba con él una carta para el gobernador y el capitán Villamil hizo, una vez más, la traducción. Decía:
Guayaquil, 15 de Febrero de 1816
Consecuente con no haber recibido respuesta alguna de Su Excelencia, que esperé ansiosamente, estoy enviando al Dr. Handford en búsqueda de una decisión final de Su Excelencia. Tengo el honor de ser el humilde sirviente de Su Excelencia.
Michael Brown
A Su Excelencia el Gobernador de Guayaquil
El gobernador llamó inmediatamente a una reunión del Consejo de Guerra, al que arengó, expresando que estaba orgulloso del comportamiento de los ciudadanos de Guayaquil, pero que guiado por su consciencia no podía continuar la lucha debido a que conocía el horror del último bombardeo de la ciudad. También expresó la opinión de que la continuación de la pelea tendría consecuencias desastrosas por que el bombardeo con proyectiles incendiarios quemaría la ciudad, con el resultado que los bribones tomarían ventaja de la situación, con el saqueo y pillaje, con gran detrimento para la población.
El obispo español de Guayaquil, doctor José Ignacio Cortázar, manifestó que la ciudad debía resistir al enemigo hasta la última extremidad, pero el coronel Bajarano, francmasón, convino con el gobernador que era mejor aceptar las condiciones que exponerse a la destrucción de la ciudad con las consecuencias inevitables. Después de discutir las condiciones sugeridas de tregua, el gobernador propuso al Consejo los nombres de don Gabriel García Gómez, procurador general del Concejo de la ciudad y al doctor José López Merino, como delegados y negociadores en nombre de la ciudad, con autoridad para llegar a las condiciones con los argentinos. El doctor Merino acompaño al doctor Handford en la balandra, de regreso al "Hércules" con el propósito de iniciar las negociaciones. Inmediatamente, al llegar a bordó, el doctor merino entregó una carta que decía lo siguiente:
Le transmito el acuerdo de ambas comisiones a las condiciones que Ud. enviara a esta guarnición y de la cual me notificó en su carta del 13 de Febrero. Dios guarde a Ud. muchos años.
Al Comandante del bergantín Hércules
Guayaquil, 15 de Febrero de 1816
El comandante de la "Hercules" trató al doctor Merino con gran cortesía, invitándolo a comer con los oficiales, colocándolo en la cabecera de la mesa y ofreciéndole excelentes platos y vinos a elección, para demostrarle que los oficiales ingleses que servían a las Provincias Unidas del Río de la Plata no eran piratas, sino más bien caballeros ingleses. El comandante Michael Brown, de uniforme naval y condecoraciones, relató las campañas en que había tomado parte mientras se encontraba al servicio de la marina británica. También habló de la liberación incipiente de la América española y de la circunstancia por la cual estaban al lado de los patriotas argentinos para liberar a Latinoamérica del yugo español. Brown sugirió que las negociaciones posteriores tuvieran lugar a bordo del "Hércules", dado que temía que sus oficiales pudiesen contraer enfermedades tropicales si iban a tierra. El doctor Merino estuvo de acuerdo con esto y ofreció volver al día siguiente para completar las negociaciones.
Después de dar la mano al comandante Brown y a los otros oficiales ingleses y argentinos, fue acompañado hasta la banda del navío con honores de silbato al desembarcar, de acuerdo con la costumbre naval. Al llegar de vuelta a la ciudad, el doctor Merino informó al gobernador y, entre otras cosas, le manifestó haber visto a una cantidad de ciudadanos de Guayaquil a bordo de la "Hércules" conversando con los oficiales argentinos y que, aunque se encontraba demasiado alejado como para reconocer quiénes eran o escuchar lo que discutían, era su opinión que la permanencia prolongada de los barcos en el estuario del río podía constituirse en un peligro mayor para la corona española, ya que los argentinos le estaban "lavando la cabeza" a los ciudadanos hablándoles de las ventajas de independizarse del dominio español.
Las Condiciones de la tregua
El gobernador se sorprendió e intranquilizó mucho con esa apreciación, puesto que sabía que los ciudadanos estaban constreñidos sólo por temor a los españoles y que no sentían lealtad por ellos. También sabía que las noticias de los levantamientos contra la corona española en Venezuela habían llegado a la ciudad, así como las del Rio de la Plata y otras colonias españolas, novedades que habían sido traídas por los viajeros y los marinos de los barcos que se dirigían a Guayaquil. Decidió, por lo tanto, que por el mejor interés de España como por el de los ciudadanos de Guayaquil, los negociadores irían a bordo del "Hercules" el día siguiente para terminar las negociaciones tan pronto como fuera posible y por lo tanto minimizaría la incitación argentina a la rebelión.
Pensó que además resultaba una excelente idea enviar con los negociadores a Villamil, quien entendería lo que se dijesen entre sí los oficiales ingleses durante las negociaciones y que luego le posibilitarían redactar un completo informe al gobernador. Se convino que habría un intercambio de rehenes a bordo del barco argentino en el tiempo que progresaran las negociaciones, que el doctor Handford permanecería en la casa del gobernador hasta que las negociaciones hubieran concluido y que retornaría al barco sólo después que los negociadores españoles llegasen de vuelta a la ciudad.
Al día siguiente el doctor Merino, el doctor García Gómez, y el capitán Villamil dejaron Guayaquil como delegados del gobernador para dirigirse al bergantín "Hércules", y a las cinco de la tarde arribó al puerto una pequeña balandra que transportaba al doctor Handford. A éste le fueron vendados los ojos y llevado hasta la casa del gobernador, donde anunció que se había firmado el convenio y que los oficiales de la flota estaban ansiosos por despedirse tan pronto como las condiciones hubieras sido cumplidas por ambas partes. Las condiciones de la tregua, de acuerdo con la traducción inglesa del original en castellano, todavía se conservan en los archivos históricos de la ciudad de Guayaquil, eran:
Las fuerzas argentinas se retirarán inmediatamente del puerto de Puna tan pronto como el intercambio de prisioneros haya tenido lugar por los comisionados de Guayaquil que actúan como representantes del gobernador, Juan Vasco y Pascual, y los comisionados nombrados por los argentinos. Se deberán entregar cuatro barcos con todo su cargamento según lo convenido; estos barcos serán las goletas Sacramento y Místico y otras dos embarcaciones apresadas como botín de guerra.
También se entregarán las cajas del correo español.
Una vez que las dos comisiones hayan confirmado que de las listas de prisioneros de ambas partes han sido intercambiados en su totalidad, los barcos dejarán el estuario del río Guayas y podrán marchar donde les plazca, cesando desde ese momento toda hostilidad hasta que se encuentren en mar abierto.
Como garantía de que el tratado será respetado por ambos lados, el doctor Charles Handford permanecerá en Guayaquil como rehén hasta tener noticia de que se han asegurado el cumplimiento de las condiciones aquí convenidas y por el gobernador, el capitán José Villamil quedará como rehén hasta que el prisionero comodoro William Brown y su tripulación hubieran sido liberados a bordo de los barcos argentinos.
Como ratificación de estos cuatro artículos de tregua por ambas partes firmamos a bordo de la nave capitana el diez y seis de Febrero de 1816.
Firmado: José López Merino, comisionado; Gabriel García Gómez, comisionado; Michael Brown, Capitán del bergantín Hércules.
Nota: Esta noche a las 12 p.m. será entregado a bordo el Coronel Comandante Brown.
Antes de dejar Guayaquil, el almirante Brown concurrió a la sede del gobernador para decirle adiós y en su mal castellano, expresar gratitud por le modo en que fue tratado durante su cautiverio, así como la consideración mostrada a su jerarquía. Concurrió con uniforme de gala azul obscuro con botones de oro y recamado, vistiendo sus condecoraciones, pantalón blanco y su tricornio naval, mientras en su brazo izquierdo sostenía la bandera de combate de la "Trinidad". Se despidió y caminó hacia el muelle donde lo esperaban los tripulantes cautivos y una pequeña balandra tripulada. Al abordar esta recibió los honores de pito de un suboficial, y hubo un gran júbilo al seguirlo la tripulación.
Había una gran cantidad de ciudadanos en el embarcadero para presenciar la partida del almirante y su tripulación, y contemplaron el ceremonial con curiosidad, del cual nunca habían sido espectadores.
El tratado y la reunión masónica
Las condiciones del tratado fueron observadas escrupulosamente por ambas partes. Don Francisco de Ugarte fue enviado a Puna para dar la bienvenida al cautivo nuevo gobernador de Guayaquil, brigadier don Juan Manuel de Mendiburu, así como a las otras personalidades españolas recién liberadas.
Antes de abandonar la punta del estuario, el almirante Brown invitó al capitán Villamil al alojamiento de oficiales del bergantín "Hercules" y allí se abrió una logia masónica, conforme a la práctica inglesa, en la cual todos los oficiales eran Maestros Masones, miembros de varias logias inglesas, en tanto el capitán Villamil lo era de una logia americana. Antes de cerrar la logia, los hermanos formaron la Cadena de Unión y dieron al hermano Villamil un triple saludo.
Al desembarcar se le tributaron honores de pito pero, antes de esto, el almirante Brown, con lágrimas en los ojos, le entregó como regalo personal al hermano Villamil la bandera de combate de su barco anterior, la "Trinidad" encallada en Guayaquil junto con una carta para el gobernador, donde se lee lo siguiente:
Muy Excelente Señor, le ruego atraer su atención para el cumplimiento de las condiciones del tratado suscitado por la desgracia sufrida por la flota bajo mi mando. Se ha cumplido íntegramente y por eso me siento muy feliz. Confío que, de acuerdo con lo mismo, Ud. permitirá volver a su barco al Dr. Handford. La conducta generosa y humana de Su Excelencia en esa ocasión ha sido igual al valor militar y caracter de la defensa del país y sus habitantes, bajo el mando de Su Excelencia. Y como la gratitud es un deber que todos los hombres reconocerán, le ruego, Su Excelencia, reconocer la justa deuda y la sincera y humilde gratitud, Su Excelencia, de su más humilde y obediente servidor.
William Brown
Puna, 18 de Febrero de 1816
La carta original se encuentra en los archivos históricos de la ciudad de Guayaquil.
La flota argentina continuó su crucero de guerra hacia el norte y nunca retornó a Guayaquil. De la bandera argentina de la "Trinidad" se tomaron los colores para la bandera de Guayaquil cuando la ciudad declaró su independencia de España el 9 de Octubre de 1820. Esa bandera se compone de tres franjas azules y dos blancas, con tres estrella blancas formando triángulo en la franja central de color azul, una bandera verdaderamente masónica.
De este modo finaliza la historia de la captura y el rescate masónico del hermano Brown y sólo resta mencionar la subsecuente carrera masónica del capitán Villamil. En 1821 se afilió y fue segundo vigilante de la primera logia ecuatoriana de Guayaquil, "Estrella de Guayaquil", que existió hasta el 22 de Julio de 1822. El hermano Villamil tambien fue miembro de la logia "Ley Natural" hasta el 8 de Noviembre de 1828, oportunidad en que se decretó la ilegalidad de la Masonería por parte de la República de Colombia.
Después que Ecuador alcanzó su independencia como nación en 1830, el capitán Villamil fue designado primer gobernador de las islas Galápagos, y en 1843 instalado en las silla de la logia Centro Filantrópico del registro del Supremo Consejo de Colombia. detentaba el grado treinta y dos, y seis años más tarde se lo nominó para el grado treinta y tres, primer ciudadano de Guayaquil que recibió tal honor. En 1857 se lo designó delegado especial del Supremo Consejo del Perú en el Ecuador y maestro de la logia Filantropía en el mismo año, pero 1860 la Masonería fue puesta fuera de la ley en Ecuador.
José María Villamil no fue molestado debido a su edad y al hecho de ser el último sobreviviente de aquellos ciudadanos que declararon la independencia de la ciudad de Guayaquil y de la República del Ecuador.
Notas:
1 J. R. Levi Castillo. "Almirante Guillermo Brown. Su captura y rescate masónico en Guayaquil". Traducido de "Ars Quatuor Coronatorum" de Noviembre de 1980, por F.M.G. Revista Símbolo, revista de difusión y opinión de la Gran Logia de la Argentina de Libres y Aceptados Masones. Año LII. Nº 68. Buenos Aires. Noviembre/Diciembre de 1999. Nota tuvo información que da cuenta de los episodios que se narran.(R)